El recorrido Homosexual en el transito socio – histórico
Inscribir la noción de homosexualidad en el cuerpo psicosocial e histórico de la época ha sido un tránsito que acaso continua dando los primeros pasos en muchas de sus líneas y figuras de expresión. El caminar se ha transformado en un continuo aprendizaje, el que ha logrado problematizar, no sin trastabillar, las configuraciones socioculturales de sexualidad, género, pareja, familia y adopción, por nombrar algunas.
Estas inscripciones, como cualquier otras, van marcando el entramado social, provocando ramificaciones, cortes, uniones, acoplamientos, segregaciones y escisiones las cuales transforman de alguna u otra manera el cuerpo psicosocial.
Indiscutiblemente, si queremos adentrarnos en la historia de la homosexualidad, y particularmente si queremos referirnos a las mutaciones que se fueron suscitando, debemos tener en cuenta el atravesamiento judío – cristiano que marcó gran parte de nuestro desarrollo occidental. Específicamente para el tema en cuestión emerge la pecaminosa imagen sodomítica de las sagradas escrituras, la cual tiene su arribo asilar en los constructos normativos – legales del Estado[1] y su consecuente imagen delictiva, transgresora y por consiguiente represora.
De esta manera, la homosexualidad fue atravesando históricamente otras nominaciones que la marcaban y hacían de este tránsito una carga difícil de llevar. Pecado, castigo, enfermedad, inversión, son algunos de los apellidos que fueron inscribiéndose en el cuerpo homosexual.
Antes de continuar, se debe recordar aquello que por sabido se calla y por callado se olvida; me refiero a la constitución de lo social normativo como piedra angular de todo ordenamiento cultural. Quizás, de todas las categorías, y por qué no decir alegorías, por las cuales trasciende el sujeto, la más arraigada, y productora de escisiones, marcaciones y modelos, haya sido por muchos años la noción de normalidad. Pareciera que todos en algún momento quisimos ampararnos bajo el manto protector de la normalidad; y nos preguntábamos qué debemos hacer, cómo actuar, qué dejar para acercarnos al manto protector; esperábamos una respuesta del Otro que nos reconfortara, y por él estábamos dispuestos a ceder el resto. La homosexualidad no estuvo exenta al prisma de la normalidad, y muchos de sus padeceres están entrecruzados en tanto se acercaban o alejaban de la norma aceptada. Lo último no puede ser desconocido en los nuevos órdenes contemporáneos, como ejemplo podríamos decir que muchas discusiones actuales se centran en incluir la homosexualidad bajo las normas sociales de igualdad, esto es ajustarla en el polo normal[2].
Aquello nos hace pensar la problemática existente bajo las lógicas binarias prestablecidas; es que para crear la noción de normalidad, se debe saber qué características, argumentos o elementos configuran su opuesto anormal; hasta dónde se permite hablar de normalidad, qué supuestos están aceptados según las producciones sociales. Es por ello que no podremos comprender la noción histórico social que se fue construyendo sobre la homosexualidad, si no tenemos presente su binario heterosexual. Solo de esta manera nos acercaremos a ver como las prácticas sociales sobre la sexualidad están dominadas por el dispositivo heterosexual normativo; el cual tuvo su arraigo en multiplicidad de discursos que lo fueron formando – constituyendo como hegemónico. Tanto el saber religioso, como los saberes, médicos, científicos, evolucionistas, políticos, etc. Fueron aportaron de alguna u otra manera en constituir lo que podríamos llamar la heteronorma.
A modo de contextualización, es preciso recordar por ejemplo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) retiró la Homosexualidad de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE) el 17 de mayo de 1990. De esa fecha a la actualidad existen 76 países donde la homosexualidad es considerada un delito, 5 de ellos condenados bajo pena de muerte, frente a 14 países donde las parejas del mismo sexo pueden contraer matrimonio[3].
Las producciones, desarrollos y modificaciones que se vayan realizando en el campo de las sociedades binarias, no solo afectarán la condición o categoría sobre la que se registra, sino también su opuesto. A tal punto de entendimiento quiero llegar con estas palabras, que consideremos imposible modificar la categoría social de homosexualidad sin afectar su par heterosexual.
Sobre el ordenamiento social y las prácticas de inclusión – exclusión vista por tres pensadores contemporáneos.
Para entender las formas por las cuales el sujeto transita el campo socio – historio remitiré las ideas de tres grandes autores del pensamiento contemporáneo; me refiero a Michel Foucault y las sociedades disciplinarias; Jean Baudrillard y su noción de alteridad y por ultimo Judith Butler y su performatividad de género.
El entrecruzamiento de tales teorías nos permitirá iluminar el camino que la homosexualidad ha debido recorrer a lo largo de estos años, cada estación dejando huellas que movilizan e intentan determinar la dirección de su curso.
El primero de los periodos que debemos cruzar fue muy estudiado por Michel Foucault, quien lo llamó sociedades disciplinarias; probablemente este modo de producción social sea el que lleva más fielmente la noción de normalidad por el lado del deber ser, y por consiguiente el que establece los métodos represivos más efectivos[4] al interior de la cultura.
La sociedad disciplinaria se caracteriza por la puesta en escena de dispositivos[5] rígidos de poder. Lo interesante, de todo esto es que para el filósofo francés, los dispositivos se instalan siempre en situaciones histórico sociales conflictivas, en las cuales se busca, por este intermedio resolver la situación.
Esta resolución se logrará por medio de tácticas premeditadas que intentarán controlar la situación conflictiva; sin embargo, lo expuesto hasta el momento deja entrever el primer efecto manifiesto que da vida a la sociedad disciplinaria, a saber, que el dispositivo que tomará forma real en las estrategias implantadas, se transforma a su vez en un aparato de control que busca acentuar y estabilizar su dominio.
Es importante tener en cuenta la estructura que da vida y forma el dispositivo en cuestión, me refiero al saber constituido en la epoca. Y es que el mismo no se sostiene sin este saber que lo condiciona, de tal manera que las estrategias que van dando cuenta del dispositivo disciplinario van abriendo y cerrando caminos según lo mandate el saber sostenido para tales efectos.
Al respecto, y parafraseando a Deleuze, diremos que los dispositivos son maquinarias disciplinarias para hacer ver y hacer hablar; no es necesario que el objeto hable; el dispositivo hablará por él y vera lo mejor para este[6].
En las sociedades disciplinarias el sujeto debía ubicarse al centro uniforme de la masa, los extremos eran precipitantes; el contrato social debía pactarse perdiendo o reprimiendo aquello que osaba quebrar el orden social. Época auge de las neurosis, donde la perdida por mantener el statu quo producía inesperados síntomas.
Sociedades en las cuales “valores” modernos son vistos con temor y muchas veces aversión al tener una clara distinción entre el nosotros[7] y los otros[8]. No existe empatía o identificación con aquellos bordes, puesto que los saberes imperantes catapultan todo atisbo de un nosotros al catalogarlos de anormales. Las consecuencias de atravesar la barrera entre lo normal y lo anormal son muy grandes como para arriesgarse.
Hablamos de sociedades que tenían un claro orden social imperante, con un saber que definía lo normal de lo anormal, y con ello establecía los dispositivos ideales para mantener una sociedad a raya. Los normales veían impávidos las condenas por las que eran sometidos los que atentaban contra la norma; aquellos ojos tal vez por algunos segundos tenían el mismo brillo de los sujetos antepasados que veían los restos corporales de quienes atentaban contra la voluntad del rey, y que muertos eran expuestos en las ciudades como advertencia de pensar diferente. Ojos que en el mejor de los casos transfería una sagrada compasión ante el padecimiento del otro anormal que por enfermo no se ajusta al nosotros.
Sin embargo, el motor avezado de los dispositivos creados en las sociedades disciplinarias va mutando, modificando a su vez el campo de conocimiento que los delimita; podríamos decir que todo dispositivo de control ejerce un sometimiento del sujeto en cuestión, capturando y obturando el saber que estos mismos poseen. Pero ese saber obturado no puede ser eliminado totalmente, retornando constantemente en el campo de lo social.
De esta forma, resulta claro observar que las sociedades disciplinarias buscan dominar la masa por medio de los dispositivos de control que a instancias del saber creado buscan someter al sujeto. Sin embargo, existe otro saber, que le pertenece a la masa, al sujeto que se busca controlar; este saber a pesar de ser obturado por la maquina disciplinaria, no podrá ser eliminado del campo social, retornando constantemente sobre los dominios del dispositivo, enrostrándole al mismo que sus delimitaciones no son suficientes para controlar y dominar a la masa. Por tal razón, el saber que da vida a las estrategias de sometimiento, van mutando constantemente para dar cuenta del objeto en su totalidad, este saber mutado modificará también los alcances del dispositivo aplicando nuevos tabiques y reestructurando normas para poder concretar el gran deseo del dispositivo; dominar y controlar a la masa en su totalidad.
En este intento de controlar a la sociedad en su conjunto se van estableciendo figuras de alteridad que buscan determinar y dividir la masa en micro relaciones, el nosotros se divide en nosotros – otros; el otro a su vez puede tomar muchas formas que delimitan una distancia más o menos extrema con el nosotros. Podemos apreciar entonces, que el mapa que se va dibujando en lo social está lejos de ser lineal, transformándose más bien en uno lleno de separaciones y estratificaciones.
Jean Baudrillard nos dirá respecto a la alteridad, específicamente al secreto de ésta, que no existe si no es por declinación o producción desde fuera, esto es, los dispositivos van produciendo, categorizando, definiendo los objetos de los cuales dan cuenta. Sin estos dispositivos, la formación de los objetos no existiría. Por tanto, la producción de alteridad surge y se expande a partir de las estrategias que se van desarrollando en los períodos determinados.
Expresémoslo de la siguiente forma; las sociedades disciplinarias por medio del saber existente creaban dispositivos cuyas estrategias pretendían capturar no solo aquello que quebrantaba la norma, sino también el saber otro, aquel que pertenecía al objeto que se buscaba controlar, sin embargo, los efectos producidos en el cuerpo socio histórico provocaban a su vez modificaciones en las estrategias de control por un factor indiscutible; el dispositivo creado no podrá controlar a los sujetos en su totalidad, y el saber otro, jamás podrá ser capturado, mucho menos eliminado. Con estos dos factores mencionados, es inminente que el saber establecido también deberá ir mutando para poder dar cuenta de su objeto de estudio, lo que otrora se consideraba un pecado, luego se transforma en enfermedad, luego en trastorno identitario, luego en solución neosexual, y con ello los dispositivos van transformando la forma de ser vistos en el plano social.
De esta manera, y siempre en el intento de controlar, por medio del poder a la sociedad, estas alteridades caían dentro de lo que Baudrillard llamaba alteridad radical, de las cuales no se podía sacar mayor provecho debido a la imposibilidad que ésta tenía de reconocer y sumirse bajo una lógica de la diferencia. Sin embargo, hoy en día vemos como las formas de alteridades han sido en su gran mayoría inscritas en el discurso de la diferencia, haciendo de la alteridad radical una alteridad negociable, entrando en un juego ambivalente de inclusión – exclusión, donde el reconocimiento sólo viene dado para aparcar al otro en algún lugar. La inclusión viene dada por el nombre, por la categoría que le da vida a la alteridad, la incluye dentro del tejido social, la define, la produce; pero por otro lado la excluye, la discrimina, la controla, la mantiene a distancia respecto a los otros.
Lo interesante de esta lógica de alteridad es que detrás de este hilo integrador, lo que se busca es mantener la diferencia, piedra basal de control en las sociedades normalizadoras. Ya no se ve la diferencia como margen a controlar por medio del sometimiento manifiesto. La alteridad es una forma de controlar la diferencia, desde los locos y la creación de psiquiátricos pasando por la pobreza y las poblaciones callampas[9] hasta encontrarnos con las asociaciones gays y homosexuales y las mesas de dialogo con ellos.
Así, en las sociedades uniendo las nociones de estos dos pensadores, lo único que se logra es cambiar los tabiques de lo social, sacamos un tabique que demarca y excluye, colocamos otro que incluye y “se acepta”, pero la diferencia se mantiene intacta. Se trabaja con los homosexuales, se controlan las Infecciones de Transmisión Sexual, se aparcan en un terreno dentro de lo social, y se exponen al nosotros para que vean el difícil transito que les toca vivir producto de su condición.
De esta manera, apoyándome de la construcción de Daniel Feierstein[10] podríamos decir que las minorías sexuales son tomadas como los nuevos chivos expiatorios dentro de lo social.
Sin embargo, quien ha trabajado imperiosamente para derribar los engranajes de los dispositivos de control social es la norteamericana Judith Butler, quien mantiene una idea de cuerpo que podríamos decir, no es muy distante a la planteada por Foucault, Derrida, Deleuze, en tanto cuerpo producido desde los dispositivos sociales. Siguiendo a estos autores podríamos decir que el cuerpo esta atravesado por una serie de engranajes que lo producen, haciéndolo hablar por ciertas lenguas, a la vez que calla otras.
Foucault nos dirá que aquellos sobre quienes se ejerce el poder pueden permanecer en la sombra; solo reciben la luz que les es concedida de parte del poder o de su reflejo que reciben por un instante[11]. Deleuze hablará de cartografías que nos atraviesan y a su vez atravesamos; lo que cuenta en la vida de alguien, individuo o grupo, es un cierto conjunto que puede llamarse una cartografía. Una cartografía está hecha de líneas. En otros términos, nosotros estamos hechos de líneas que varían de individuo a individuo, de grupo a grupo, pudiendo haber en ellas tramos comunes[12].
Iniciando en la misma línea, Butler nos dirá que el cuerpo no toma forma sino por medio de las normas discursivas que lo conforman activamente; bajo este punto de vista, los aparatos de captura van configurando un cuerpo primario del cual solo tendremos acceso una vez que se vuelva perceptible por medio de los aparatos discursivos que operan en la cultura.
Por tal razón, las formas discursivas que nos preceden van a materializar el cuerpo de manera tal que la luz y la sombra antes descrita, se comporten como las maquinaciones discursivas que atraviesan el cuerpo y lo hacen hablar.
Hasta aquí podríamos encontrar similitudes a lo planteado por otros autores, sin embargo ella va más allá de eso planteando su noción de performatividad[13] de género. Si los cuerpos están atravesados por las normas discursivas, marcando y produciendo efectos sobre ellos y su accionar, entonces podríamos decir que los conceptos de sexo y género son performatividades discursivas, de modo tal que ante el discurso del saber médico que le dice a la madre que tendrá una hermosa niña, lo que se está produciendo es una expresión activa que transforma la realidad de la madre[14].
De esta manera, las acciones y su materialización discursiva tendrán el poder de transformar los cuerpos al momento que nos apropiemos y entremos a los grandes aparatos discursivos.
Tal como nos dijera Judith Butler; cuando hablamos de discurso formativo, para nada nos referimos a aquel que origina, compone, o excluye exhaustivamente aquello que concede, muy por el contrario, lo que se quiere decir es que no existe un cuerpo puro, que no sea al mismo tiempo una formación adicional de ese cuerpo.
Con el movimiento de la filósofa norteamericana, se abre un espacio que hasta el momento estaba muy controlado en las sociedades disciplinarias y en las inscripciones de alteridad. Hasta el momento se aceptaba la diferencia, pero con la finalidad de hacerla negociable, de poder trabajar, y por qué no decir, producir tal diferencia. Los sujetos que se identificaban a la diferencia podían ser controlados por medio de los grupos de identificación, avanzando con ellos en sus derechos, sus normas, y sus deberes. Pero esos grupos seguían separados del nosotros, y por momentos hacían pensar que existe otra clase de sujetos, que tienen otros derechos y otras formas de entrar en la sociedad. No por medio de agrupaciones, o Asociaciones de Defensa, sino de manera “natural”.
Butler rompe con esta noción y su pensamiento se radicaliza en lograr cambios performativos desde los dispositivos discursivos mismos. Entrar en el núcleo del entramado social para provocar cambios desde ahí es algo que se traduce en dejar de hablar de matrimonio homosexual, para comenzar a hablar de matrimonio. Como se puede apreciar, ya no es un simple tabique cambiado, sino la eliminación de tabiques disociadores de masas.
El verdadero espanto no estaba en reconocer al homosexual dentro de la sociedad, eso generaba incluso tranquilidad, al reconocerlo y aparcarlo del otro lado de la vereda. Lo que realmente causa horror en la población es este “deseo de normalidad”, este afán de someterse, igual que el resto a la norma social. Los homosexuales quieren ser parte del nosotros, y eso podría espantar a muchos.
La Homosexualidad: Un discurso cercanamente angustiante.
La investigación psicoanalítica se opone terminantemente a la tentativa de separar a los homosexuales como una especie particular de seres humanos. En la medida en que estudia otras excitaciones sexuales además de las que se dan a conocer de manera manifiesta, sabe que todos los hombres son capaces de elegir un objeto de su mismo sexo, y aun lo han consumado en el inconsciente.
Sigmund Freud.
El siguiente apartado tiene como objetivo principal, mostrar brevemente el desarrollo que el sujeto realiza en la elección de objeto. Creo que tal recorrido nos permitirá comprender con mayor precisión la producción social registrada en las diferentes épocas, poniendo mayor atención en la eliminación de tabiques diferenciadores, y los efectos de esta en la subjetividad “heterosexual”.
Freud nos dirá que la elección de objeto en la infancia está íntimamente relacionada con el Complejo de Edipo, razón por la cual podremos observar una primera elección incestuosa. En este complejo se observan conductas infantiles ambivalentes; el niño no solo presenta una actitud amorosa hacia la madre, sino que también, y al mismo tiempo se comporta como una niña, mostrando una actitud femenina y tierna hacia su padre y los correspondientes celos hostiles hacia su madre. Tal conducta ambivalente tiene muy poco de rivalidad, cuanto más de entrecruzamiento de componentes heterosexuales y homosexuales en el individuo. Tal discordancia infantil tendrá luego un sitio duradero y común en el inconsciente, donde se hallarán una junto a la otra.
En otras palabras, podríamos decir que la sexualidad en los sujetos es un punto de llegada, y no de partida, por tanto las reducciones anatómicas y/o discursivas al respecto, si bien influyen, no son totalmente decisivas al momento de hablar de elección de objeto sexual.
En El Edipo, Juan David Nasio nos dice que el niño tiene tres deseos infantiles; poseer a la madre, ser poseído por el padre y suprimir al padre. Estos tres deseos generan fantasías que el niño tiene y sostiene durante la infancia; sin embargo, las mismas serán reprimidas en la dinámica paterna por temor a la castración. Es esa angustia de castración la que generará en el niño un movimiento de sus objetos de deseo; la misma angustia es la que hará reprimir sus deseos incestuosos hacia ambos padres, determinando que el adolescente realice una elección de objeto fuera del eje padre – madre, instaurando un movimiento prohibitivo, al mismo tiempo que une de manera inseparable el deseo a la ley.
Nos encontramos frente a la salida “normal” del Edipo; aquella que hace reprimir al niño, por temor a la castración, los deseos homosexuales hacia el padre, buscando un objeto de sexo opuesto fuera de la diada padre – madre. Esta salida tenía eco en las conformaciones sociales de épocas pasadas, toda vez que la homosexualidad era repudiada, castigada, y violentada como opción cierta de conformación familiar.
Si los dispositivos sociales te refriegan en la cara cualquier atisbo de elección sexual que escape a la heteronorma, entonces más vale tener bien aparcado los deseos homosexuales ante la amenaza de castración que genera la sociedad, ni siquiera reprimidos nos dirá Freud, sino destruidos, suprimidos.
Pero, ¿Qué pasa si la sociedad comienza a abrir caminos a la salida homosexual? ¿Qué ocurre si el matrimonio homosexual es legalizado y aceptado a tal punto que hacer la diferencia matrimonio – homosexual en sí mismo sea discriminatorio ante la igualdad de la ley? ¿Qué podría suceder con algunos “heterosexuales” que se mantenían tranquilos bajo la heteronorma, y que veían con ojos misericordiosos[15] a los otros homosexuales?
Aquello que estaba reprimido en la psiquis del sujeto aflora de manera real desde afuera, provocando estragos en muchos sectores de la sociedad[16].
La reacción no se deja esperar, llamando a la moderación, la defensa hacia el matrimonio entre un hombre y una mujer parece más tranquilizador que la angustiante idea de pervertidos casándose y conformando familias con la alarmante fantasía de incesto entre los homosexuales y sus hijos. “que no se les permita tener hijos” vociferan los más atrevidos, vaticinando que tal opción destinaria inexorablemente al niño a una elección de objeto igual a la vista en la diada homosexual, olvidando esta vez, que tales homosexuales crecieron bajo la diada padre – madre.
Pareciera que la sola idea de pensar en matrimonio entre homosexuales revive tales fantasías en ciertos sujetos, que aterrados se tapan los ojos para resguardar el horroroso futuro que nos depara.
Freud nos dirá acerca de lo ominoso, que es una variedad de lo terrorífico que causa espanto no necesariamente por lo desconocido, sino muy por el contrario, el verdadero horror lo causa su cercanía, lo conocido y familiar olvidado; parafraseando a Shelling nos dirá “se llama unheimlich a todo lo que estando destinado a permanecer en el secreto, en lo oculto ha salido a la luz”.
¿Será acaso que las fantasías homosexuales infantiles anteriormente permanecidas en secreto, en lo oculto, están saliendo a la luz? ¿Qué pasaría si lo aparcado de la psiquis retorna en lo real desde la sociedad?
Ahora la figura del homosexual no está en la vereda del frente, no es una alteridad para categorizar y exaltar diferencias; ahora la figura del homosexual y sus derechos están peligrosamente cercanos al nosotros, sus miradas reflejan lo que no se quiere ver; ahora el homosexual es un espejo que angustia.
Pero además en este trabajo Freud incluye la noción de doble trabajada por Otto Rank y entendida como la identificación con otra persona hasta el punto de equivocarse sobre el propio yo o situar el yo ajeno en lugar del propio[17]. Esta condición de doble al enfrentarse al propio yo resulta extremadamente ominosa, y el autor no se detiene en esto, sino que agregará que de igual modo se puede incorporar al doble “todas las posibilidades incumplidas de plasmación del destino, a que la fantasía sigue aferrada, y todas las aspiraciones del yo que no pudieron realizarse a consecuencia de unas circunstancias externas desfavorables, así como todas las decisiones voluntarias sofocadas que han producido la ilusión del libre albedrio”.
¿Será que la performatividad Butleriana abre paso a la angustia de lo destinado a permanecer en lo oculto?
Si los tabiques se corren, las defensas sociales se disipan, y los discursos mutan; el sujeto contemporáneo se encuentra de frente con una imagen de homosexualidad que ha cambiado, y que parece mucho más cercana de lo que están dispuestos a tolerar. La angustia genera defensas sociales, como los discursos que buscan anular las opciones homosexuales al matrimonio y la adopción, el no tolerar la angustia provoca crisis en dichos sujetos, las cuales se traducen en aversiones frente a la escena homosexual o derechamente la agresión directa al espejo que refleja lo que no se quiere ver.
Si a eso agregamos lo ominoso del vivenciar, que se produce cuando unos complejos infantiles reprimidos son reanimados por una impresión, o cuando parecen ser refirmadas unas convicciones primitivas superadas; abrimos camino a la visión ominosa del par homosexual en la configuración social contemporánea.
El no reconocer al homosexual su derecho al matrimonio y la adopción pareciera ser el único camino para defenderse de esa imagen tan cercana que confunde hasta los deseos y fantasías más reprimidas de las personas.
¡Circulo de fuego, gira!
Bibliografía
- Balbier E., Deleuze G. y otros (comp) (1989), Michel Foucault: Filosofo, Barcelona, Editorial Gedisa, 1999.
- Baudrillard Jean (1990), La Transparencia del Mal, Barcelona, Editorial ANAGRAMA, 1997.
- Butler Judith (2002),Cuerpos que Importan: Sobre los Limites Materiales y Discursivos del Sexo, Buenos Aires, Editorial Paidós, 2012
- Castro Edgardo, El Vocabulario de Michel Foucault, Editorial Prometeo, 2004.
- Deleuze Guilles, Derrames entre el Capitalismo y la Esquizofrenia, Buenos Aires, Editorial Cactus, 2010
- Feierstein Daniel, Seis Estudios Sobre Genocidio, Buenos Aires, Eudeba, 2000.
- Foucault Michel (1976), Defender la Sociedad, Buenos Aires, Editorial Fondo de
- Cultura Económica, 2000.
- Foucault Michel (1994), Estrategias de Poder, obras esenciales, vol. II, Barcelona, editorial Paidós, 1999.
- Freud Sigmund (1979), De la Historia de una Neurosis Infantil: El Hombre de los Lobos y Otras Obras, Tomo XVII, Buenos Aires, Amorrortu, 2012
- Freud Sigmund, Fragmento de Analisis de un Caso de Histeria (Caso Dora), Tres Ensayos de Teoría Sexual y Otras Obras, Obras Completas, Tomo VII, Buenos Aires, Amorrortu, 2012.
- Glocer Leticia (comp), El Cuerpo: Lenguajes y Silencios, Buenos Aires, Lugar Editorial, 2008
- Nasio Juan David (2010), El Edipo: El Concepto Crucial del Psicoanálisis, Buenos Aires, Editorial Paidós, 2013
- Roudinesco Elizabeth (2003), La Familia en Desorden, Buenos Aires, Fondo de la Cultura Económica, 2013
[1] Recordemos que la figura del Estado Religioso predominó en gran parte de occidente; Constituyendo al Estado y la Iglesia en uno solo y gran poder. En Chile, la separación Iglesia – Estado se oficializó en la Constitución Política de 1925; luego de más de 100 años desde la configuración de Chile como república. Hay que ver como los cambios constitucionales y legales, no implican por si solos la asimilación de los actores sociales; bastarán varios años más para analizar las repercusiones que dichas modificaciones producen en el entramado social.
[2] Al respecto es necesario revisar las discusiones generadas en torno al lugar de las llamadas “minorías sexuales” donde algunos grupos se congregan y luchan por la igualdad social, mientras otros, principalmente amparados en movimientos queer tienen grandes críticas para quienes luchan por la igualdad, viéndola como un acercamiento neurótico de lo social.
[3] Para mayor detalle e interés al respecto, recomiendo al lector el 8° Informe sobre Homofobia de Estado (mayo 2013), realizado por la Asociación Internacional de Gays, Lesbianas, Bisexuales, Trans e Intersexuales (ILGA) el cual puede ser descargado en el siguiente link: http://old.ilga.org/Statehomophobia/ILGA_Homofobia_de_Estado_2013.pdf
[4] Con esto para nada quiero decir eficiente
[5] La noción de dispositivo fue muy empleada a lo largo de la obra Foucaultiana; explicarla en detalle podría confundir al lector; sin embargo, entenderemos este concepto como un conjunto heterogéneo, que comprende discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas; en resumen: los elementos del dispositivo pertenecen tanto a lo dicho como a lo no dicho.
[6] Poco importa el saber del homosexual acá, el dispositivo puede pensar y obrar por el con la finalidad de lograr una mejor sociedad.
[7] Aquellos que comparten y se someten a la sociedad disciplinaria
[8] Quienes por alguna razón, enfermedad, rebeldía, pobreza, ignorancia, Locura, etc. Se instalan en los bordes de la sociedad disciplinaria.
[9] Tal vez esta nominación no tenga aporte explícito en este trabajo, sin embargo quise incluirlo al escrito al considerar que aquel concepto chileno involucra un campamento informal, generalmente en terrenos particulares, que sin embargo al correr del tiempo es en la mayoría de los casos tomado como batalla de lucha por los gobiernos de turnos para trabajar con ellos y volcarlos al establecimiento formal, esto es, casa propia, sistema integral de luz, gas, agua, población dentro de los barrios permitidos. Un ejemplo concreto de una alteridad negociable, con el costo que dejen el asentamiento informal. Harina de otro costal seria analizar que las setas proliferan de la noche a la mañana sin mayor control; y que el intento de control estalla contra el propio peso significante.
[10] Feierstein Daniel, Seis Estudios Sobre Genocidio, Buenos Aires, Eudeba, 2000, p. 35
[11] Ewald Francois, Un poder sin un Afuera, en Balbier E., Deleuze G. y otros (comp), Michel Foucault: Filosofo, Barcelona, Editorial Gedisa, 1999, p. 167
[12] Deleuze Guilles, Derrames entre el Capitalismo y la Esquizofrenia, Buenos Aires, Editorial Cactus, 2010, p. 303
[13] Recordemos que el concepto de performatividad acuñado por John Austin hace referencia a la capacidad de algunas expresiones para convertirse en acciones y transformar la realidad; un claro ejemplo de esto lo encontramos en la oración “los declaro marido y mujer” frase que marca un antes y un después en la pareja, “transformando” la realidad de la misma.
[14] Podríamos decir esto a tal punto que luego de su expresión la madre buscará un nombre para ella, empezará a comprar ropa predominantemente rosada o amarilla, pintará la pieza de cierta forma, al nacer podría pedir que la caten (marca sobre el cuerpo que crea una diferencia radical entre los y las recién nacidos/as)
[15] La palabra misericordia viene del latín miser (miserable, desdichado, desgraciado) y cord (corazón, sentimiento) por lo que tal característica no sería otra que la de tener sentimientos por un desgraciado.
[16] Al respecto cabe recordar que en Chile la relación homosexual consentida entre dos adultos dejó de ser un crimen el año 1999, tras seis años de discusiones en el congreso, donde los argumentos de sectores de la derecha chilena se afirmaban en la siguiente tesis: “La despenalización del delito de sodomía produce un efecto grave desde el punto de vista social. Me refiero al hecho de que, producto de su despenalización, una conducta que a mi juicio es anormal desde la perspectiva de la naturaleza de los seres humanos, se transforma en normal y se le da el carácter de lícita. La ley, cuando produce ese efecto, trae consigo y genera un testimonio: algo que es anormal se transforma en normal; algo que es ilícito se convierte en lícito” (Andrés Chadwick, Diputado UDI en los periodos de discusión sobre la criminalidad en las relaciones homosexuales; Vocero de gobierno y Ministro del Interior durante la presidencia de Sebastian Piñera 2011 – 2014)
[17] Freud S, Obras Completas, De la Historia de una neurosis infantil: El Hombre de los lobos y otras obras, Tomo XVII, Editorial Amorrotu, Buenos Aires, 2012, p. 234.