Tu cuerpo: Una liberación al solo precio del mío.

“El yo deriva en última instancia de sensaciones corporales, principalmente las que parten de la superficie del cuerpo. Cabe considerarlo, entonces, como la proyección psíquica de la superficie del cuerpo, además de representar, como se ha visto antes, la superficie del aparato psíquico”.

S. Freud[1]

Un breve recorrido sobre el cuerpo

Hablar sobre el cuerpo, desde una perspectiva psicoanalítica, será siempre transitar por el terreno sinuoso de las fronteras, aquellas que los saberes se han encargado de delimitar y estudiar tan detalladamente cuanto más aparcadas se encuentren unas de otras.

Freud hace ya mucho descubrió, en los primeros casos de histeria, que sus pacientes tenían padecimientos sobre el cuerpo que no seguían la lógica del mismo, en tanto anatómico, realizando una división entre el cuerpo biológico y cuerpo psíquico.


Hoy sabemos que las trincheras donde se aparcan los saberes sobre el objeto cuerpo solo ayudan a fragmentar el conocimiento, por lo que mi intención en este escrito será insertarme entre las trincheras como única certeza de un aprendizaje y desarrollo profundo al respecto. El cuerpo es biológico, claro está, pero también es representación, esa que se configura desde el momento en que dos sujetos se enteran de la concepción, inaugurando un acto performativo que  junto con convertirlos en padres, dan vida y producen un cuerpo que acaso se logra ver en una ecografía.

Todo lo anterior se desarrolla además en particulares contextos históricos y socioculturales, lo cual complejiza mucho más la idea preconcebida de cuerpo; aquello es muy interesante, pues deja entredicho que uno no posee un cuerpo único y definido desde el nacimiento, muy por el contrario, este se hace y desarrollará a lo largo de la vida.

Claramente, no es lo mismo un cuerpo infantil que otro adulto, como tampoco lo será un cuerpo en Argentina o en Palestina, y mucho menos uno de las sociedades disciplinarias con otro de la posmodernidad. Aquello, nos hace profundizar la idea expuesta, toda vez que sería un error intentar comprender la noción de cuerpo citando lo meramente biológico; sabemos que si bien este es importante en ningún caso se sostendría si no es con los tabiques socioculturales que con mayor o menor efectividad lo sostienen. 

Con lo dicho hasta aquí, quisiera entrar en un terreno que perfila uno de los puntos que motivó el presente escrito, y es que si aceptamos como ciertas la inclusión de las aristas históricas, sociales y culturales en la producción del cuerpo, estamos admitiendo, tangencialmente, que las practicas acontecidas en dichas aristas van marcando de alguna u otra manera al cuerpo. Sobre esto tenemos varios antecedentes, solo es necesario, a modo de ejemplo, evocar los dispositivos creados antaño para dominar y/o controlar los cuerpos en las sociedades disciplinarias. Basta con recordar, como en las sociedades monárquicas, se mataba y exponían los cuerpos de aquellos que osaban quebrantar el mandato imperial, con clara alusión a la esperanza que les acechaba a todo sujeto que quisiera revelarse contra el mandato establecido. De esta manera, las condenas de muerte, hogueras, y crucifixiones salían al paso de cualquiera que quisiera provocar el status quo.

Por supuesto, muchos me dirán que aquello solo se puede entender bajo un contexto social imperante, y que tan bien supo mostrar Michel Foucault, como lo fue la sociedad disciplinaria, pero que en una sociedad como la contemporánea, que muchos autores, entre ellos Lyotard, Lipovetski, Le Breton han denominado posmoderna no es posible evidenciar tamañas muestras de violencia sobre  el cuerpo. Estas mismas personas podrán esgrimir que los derechos humanos, y el sentido común[2] han terminado por producir grandes cambios en las sociedades actuales, aceptando, entre otras cosas, las diferencias de pensamiento y actuar, sin que por ello se quiebre el status quo.

Si es cierto lo anterior, entonces cómo podremos explicar las matanzas en Ciudad Juárez, el aumento en los países occidentales de los femicidios y la violencia intrafamiliar, la crucifixión del ladrón en Córdoba, solo por nombrar algunos casos donde pareciera que cuerpo – dominación; control – violencia parecieran estar aún presentes en el entramado de nuestra existencia.

El presente escrito será un intento de mostrar las fronteras del cuerpo en la sociedad posmoderna y como la representación de este pudiera tener límites difusos en el encuentro con el Otro.

Posmodernidad: Una mirada hacia el cuerpo inmortal

Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de hablar, a la voz humana no hay quién la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos o por los poros, o por donde sea…

Eduardo Galeano[3]

En los párrafos precedentes dimos los primeros indicios acerca de la importancia que el contexto sociocultural tiene en la producción y representación del cuerpo; nadie puede desestimar, por ejemplo, que la incursión de la fuerza laboral femenina, el derecho a voto o aún más, los mecanismos de anticoncepción afectaron la producción de cuerpo femenino. Indudablemente, la incursión en los tabiques normativos y legales de nuestra sociedad, van modificando la producción de cuerpo en los sujetos[4], los cuales, tal como dijera Foucault, a propósito de su noción de dispositivo[5], estos van interrelacionándose como hilos dentro de una madeja, a tal punto de confundir la causa del efecto.

Creo que en la sociedad actual los efectos sobre el cuerpo no son muy distintos a los conocidos en épocas pasadas; sin embargo, los orígenes y las consecuencias parecieran ser muy distintos a los de antaño.

Hagamos una rápida revisión teórica para probar el supuesto; Freud el año 1930 escribe lo que para muchos es considerada una de sus obras esenciales dentro de las ciencias sociales[6], en él nos dirá que la función de la cultura será remediar el sufrimiento humano, sin embargo, también nos alertará que los dispositivos creados para tales efectos son tan represores y limitantes de placer, que prontamente será la misma cultura una nueva causa de sufrimiento.

Nos encontramos con una gran dicotomía al respecto, puesto que el sujeto no puede ser completamente feliz en sociedad, pero fuera de ella, no podrá sobrevivir.

Hasta aquí entonces la opción por ingresar al mundo del Otro nos generará una gran pérdida[7], al costo de nuestra sobrevivencia; en otras palabras, el sujeto ingresa al mundo social, pero bajo el costo de la renuncia y sus posteriores formaciones sintomáticas alrededor del cuerpo.

Pero qué ocurre en el cambio de época, cómo podríamos trabajar la sociedad actual denominada por Lyotard como posmoderna y graficada por Lipovetzky como la Era del vacío.

Hablamos de una sociedad donde el sufrimiento y padecimiento son responsabilidades única y exclusivamente de cada uno. Ya no está el gran padre que nos ordena uniformemente en nuestra existencia, y del cual no podemos, o no queremos, desmarcarnos; ahora vivimos en una sociedad donde todo está permitido y la única limitante pareciera estar dentro de nosotros.

La sociedad de consumo supo leer muy bien la lógica del sujeto en falta, y fue ahí mismo, en la búsqueda del sujeto por aquello que no posee, donde instaló su aparato de seducción; pero también se instaló posterior a la sociedad de límites, por lo que además se apoderó perspicazmente  del “deseo de liberación” [8] del sujeto al orden y las leyes sociales. “Que no te digan que no puedes hacerlo” y “todo está permitido” parecieran ser las consignas actuales del mercado, quienes, con ofertas a la carta; el menú de opciones busca “satisfacer” hasta el cliente más específico; ya no es tan necesario que te ajustes al Otro, puesto que tu demanda también será escuchada por el mercado; lógica de las satisfacciones individualistas, donde las opciones privadas y diversas consumen también a los que permanecían en los márgenes sociales. La seducción diversifica la oferta, propone más para que uno decida más, sustituye la sujeción uniforme por la libre elección, la homogeneidad por la pluralidad y la austeridad por la realización de los deseos.

En ese juego posmoderno han caído los cuerpos, quienes, dentro del discurso capitalista, entran muchas veces como un objeto más de consumo.

Pareciera que el cuerpo que poseemos no nos pertenece como tal, y en ocasiones actúa como limitante ante los deseos del consumo. 

Estamos inmersos cada día más en la lógica del mercado, aquella que cambia la falta por un vacío a llenar, la seducción nos hace creer que no estamos en falta, al menos no para el orden social, y si no somos felices es porque no queremos llenar ese vacío con los innumerables objetos que el mercado tiene para nosotros.

El cuerpo no escapa a esta lógica, haciendo del mundo de las apariencias el foco principal de captura en el mercado actual. Dietas, deporte, gimnasio, cirugías, cremas y pastillas adelgazantes parecen estar en la panacea de una sociedad que se niega a reconocer el paso del tiempo sobre lo real. El cuerpo imaginario es más atractivo y pareciera llegar a la inmortalidad; si el cuerpo es el límite, entonces  modifiquémoslo, cambiemos los tabiques que restringen nuestra producción del cuerpo, hagamos de la imagen una realidad, después de todo podría funcionar.

Por supuesto, salvo por un pequeño detalle; hablar de cuerpo es entrar en la lógica de los tres registros, no existe un solo cuerpo, sino tres, cuerpo imaginario, simbólico y real los cuales como en la trinidad, se convierten en uno bajo la transustanciación de la vida misma.

Pero entonces, si el cuerpo se convierte en un objeto de consumo y se va llenando, en la lógica de las apariencias, de cuanto elemento surja en el mercado para su inmortalidad; cómo podemos hablar de un cuerpo como limitante del todopoderoso mercado gozador.

Para ello debemos tener presente que atravesar el vacío que presenta el aparato de seducción mercantil es una ilusión que prontamente caerá sobre lo real, y es cierto, se puede trabajar el cuerpo anatómicamente, pero qué hacemos cuando los otros registros corpóreos hablan.

Sabemos que uno de los mayores síntomas en la sociedad contemporánea es el exceso de trabajo, traducido no solo como deseo de inmortalidad, reconocimiento mediante, sino también como síntoma de la modernidad. Y tal como funcionaba en otros años, podremos ignorar muchas de las manifestaciones sintomáticas, pero ya estamos alertas que el cuerpo no solo habla por la boca, también por la piel, los ojos, los órganos reproductores y un sinfín de etcéteras que darán cuenta de la angustiante desvinculación en esta formación de compromiso donde el Otro parece perder cada vez mayor fuerza.

Lo anterior nos deja en un problema, toda vez que el declinamiento del Otro simbólico hace que lo imaginario caiga sobre el sujeto mediante lo más real[9] que se tiene, a saber, el cuerpo. 

No será acaso que la violencia sobre el cuerpo, mío o del otro, es una forma de vinculación ante el declive de lo simbólico; no será que el acto violento es un intento de “pegarse” a lo que no le es suyo. Intentaremos trabajar estas interrogantes en los siguientes apartados. 

Bibliografía

  • Benjamin Jessica (1988), Los lazos de amor. Psicoanálisis, feminismo y el problema de la dominación, Buenos Aires, Paidos, 1996.
  • Cucagna Andrea (Comp), Ecos y Matices en Psicoanálisis Aplicado: Clínica de la Psicosis, La Fobia, el FPS y el Pequeño Grupo, Buenos Aires, Grama Ediciones, 2005.
  • Foucault Michel (1976), Defender la Sociedad, Buenos Aires, Editorial Fondo de Cultura Económica, 2000.
  • Foucault Michel (1994), Estrategias de Poder, obras esenciales, vol. II, Barcelona, editorial Paidós, 1999.
  • Freud Sigmund (1979), De la Historia de una Neurosis Infantil: El Hombre de los Lobos y Otras Obras, Tomo XVII, Buenos Aires, Amorrortu, 2012
  • Freud Sigmund (1979), El Yo y El Ello y Otras Obras, Tomo XIX, Buenos Aires, Amorrortu, 2012.
  • Freud Sigmund (1979), El Porvenir de una Ilusión, El Malestar en la Cultura y Otras Obras, Obras Completas, Tomo XXI, Buenos Aires, Amorrortu, 2012.
  • Lacan Jacques, La Familia, Editorial Argonauta, Barcelona, 1987.
  • Lacan Jacques, El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica, Escritos 1, Buenos Aires, Siglo veintiuno editores, 2008.
  • Le Breton David (1990), Antropología del Cuerpo y Modernidad, Buenos Aires, Nueva Visión, 2002.
  • Lipovetsky Gilles (1986), La Era del Vacío, Barcelona, Editorial Anagrama, 2002
  • Lyotard Jean – Francois (1987), La Condición Posmoderna. Informe Sobre el Saber, Buenos Aires, Editorial R.E.I. Argentina S.A., 1991
  • Massota Oscar (1912), Lecturas de Psicoanálisis Freud Lacan, Buenos Aires, Paidos, 2010.
  • Todorov Tzvetan (1921), Frente al Límite, Ciudad de México,
  • Revista Psicoanálisis y el Hospital, ¿Patologías de Época?, N° 24, Buenos Aires, 2003

[1] Freud S, Obras Completas, El yo y el ello y otras obras, Tomo XIX, Editorial Amorrotu, Buenos Aires, 2012, p. 27-28.

[2] Si acaso existe tal sentido

[3] Galeano Eduardo, El Libro de los abrazos, Ediciones La Cueva, Libro Digital, p. 15

[4] Me refiero a los sujetos, porque aun cuando en el inicio hablamos de cambios que atañen directamente la visión de cuerpo femenino, iluso sería creer que tales efectos no afectarían la noción de cuerpo masculino; pues la afectan, y de manera muy manifiesta.

[5] La noción de dispositivo fue muy empleada a lo largo de la obra Foucaultiana; explicarla en detalle podría confundir al lector; sin embargo, entenderemos este concepto como un conjunto heterogéneo, que comprende discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas; en resumen: los elementos del dispositivo pertenecen tanto a lo dicho como a lo no dicho.

[6] Me refiero a El Malestar en la Cultura

[7] Renuncia pulsional, sujeto barrado, movilidad del deseo por medio de la falta.

[8] Si acaso existe tal deseo…

[9] Aún recuerdo ese terremoto que sacudió nuestro país en febrero del 2010, de nada sirvieron entonces los tratados de libre comercio firmados con los países desarrollados, ese día la naturaleza nos enrostró que a la ilusión de creernos los jaguares de américa latina solo le bastaba lamerse las heridas. En un principio, se racionalizaban los saqueos comerciales ocurridos en el epicentro del terremoto, una de las ciudades más grandes de Chile, después de todo, ante una población sin los suministros básicos para la supervivencia, bien se podía justificar el hurto de leche y medicamentos para niños y ancianos en los locales comerciales; los cuestionamientos, sin embargo no demoraron en llegar. Y es que la masa comenzó a hacerse con todo lo que tenían a su paso, y la leche para los niños no era suficiente, refrigeradores, plasmas, microondas y cuanto objeto electrónico tuvieran a su alcance demostraba, esta vez, que los niños y ancianos no podían saciar sus necesidades básicas si no se alimentaban frente a un plasma en la comodidad de su hogar. Ese día mi memoria evoco con un eco despampanante el eslogan de una gran mutitienda… “venga a La Polar, es llegar y llevar”

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