Sobre la analgesia actual y otros caminos posibles en análisis

“Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época. Pues ¿Cómo podría hacer de su ser el eje de tantas vidas aquel que no supiese nada de la dialéctica que lo lanza con esas vidas en un movimiento simbólico?”

J. Lacan[1]

Pensar en clínica psicoanalítica actual  debería dar por sentada la relación moebiana existente entre sujeto y subjetividad epocal[2], sin embargo, la experiencia analítica me ha aconsejado no dar nada por sentado, no solo porque lo obvio, por obvio se calla y por callado se olvida, sino también porque la única manera de tener discusiones que puedan producir algo más que una relación autoerótica con el saber es saliendo de las trincheras desde donde los dispositivos[3] de agenciamiento van aparcando las distintas maneras de entender las relaciones humanas.

Podríamos decir entonces que sujeto y subjetividad serán siempre concatenados a la época en la que se está sujeto y a la producción de subjetividad[4] que dicha cadena elabora; si somos capaces de comprender ello, no nos atemorizarían las críticas, cuestionamientos y eventuales condenas morales que otros dispositivos de saber aparcados en sus “ismos” pudieran esbozar sobre quienes hicieron del psicoanálisis una disciplina nodal de la sociedad.

Y es que los procesos de historización no solo son importantes y necesarios en la clínica del síntoma, sino también en los profundos análisis que se pudieran realizar de los constructos teóricos elaborados; solo por poner un ejemplo, Freud estuvo muy advertido de lo antes señalado, y sus grandes escritos, piezas angulares de las discusiones posmodernas, fueron desarrollándose en un contexto epocal de guerras, revoluciones, nazismo, etc. De lo cual no sólo no se quiso desprender, por el contrario, lo hizo permanecer muy atento a los síntomas que dichos acontecimientos producían en los sujetos; es decir, el modo singular en el que cada uno articula su historia, el sentido que se le da a esta, y la cultura de época en la que está inmerso.

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Hoy han pasado más de cien años de los primeros escritos de Freud; y por supuesto que no nos encontramos en la época de lo que Foucault llamó Sociedades Disciplinarias, las cuales se caracterizaban por la puesta en escena de dispositivos rígidos de poder, maquinarias donde el sujeto debía ubicarse al centro uniforme de la masa, los extremos eran precipitantes; el contrato social debía pactarse perdiendo o reprimiendo aquello que osaba quebrar el orden social. Época auge de las neurosis, donde la perdida por mantener el statu quo producía inesperados síntomas.

Pero tampoco estamos en la época de la sociedad seductora, época en la cual la fuerza y sentido casi dogmático del otrora significante “no” fue desplazado por su imagen cuestionadora ¿por qué no?; ni en la sociedad de consumo, época en la cual se supo leer muy bien la lógica del sujeto en falta, y fue ahí mismo, en la búsqueda del sujeto por aquello que no posee, donde instaló su aparato de captura; apoderándose perspicazmente  del “deseo de liberación” del sujeto al orden y las leyes sociales. “Que no te digan que no puedes hacerlo” y “todo está permitido” parecieron ser las consignas de dicho mercado, quienes, con ofertas a la carta; el menú de opciones buscaba “satisfacer” hasta el cliente más específico; ya no era tan necesario que te ajustes al Otro, puesto que tu demanda también sería escuchada por el mercado; lógica de las satisfacciones individualistas, donde las opciones privadas y diversas consumían también a los que permanecían en los márgenes sociales. La seducción diversifico la oferta, propuso más para que uno decida más, sustituyó la sujeción uniforme por la libre elección, la homogeneidad por la pluralidad y la austeridad por la realización de los deseos.

Ni en la Sociedad Liquida; aquella en la que, parafraseando a Bauman, las formas de actuar de sus sujetos cambian rápida y continuamente, antes que las mismas se transformen en hábitos y rutinas angustiantemente fijas y determinadas; sociedades en las que todo se derrite antes de ser fijado; sociedad en constante movimiento, donde la quietud se ha vuelto el mayor enemigo.  Sociedad desechable, donde la angustia por lo reemplazable determina sujetos en constante adaptación a los cambios; las personas deben estar atentos a los cambios, para no ser excluidos del resto. Esta rapidez y poca constancia en los proyectos de vida no dejan de ser muchas veces proyectivos a la propia angustia de castración, esa que refriega que la permanencia, la estabilidad dará pie a un conocimiento respecto del cual no se podrá mantener solo las virtudes del sujeto; sino que en algún momento, más temprano que tarde, surgirán las sombras, aquello que nadie quiere mostrar ni conocer; después de todo, los sujetos siguen volviéndose neuróticos por negar la castración.

En la actualidad, estamos transitando más bien lo que Byung – Chul Han llama la Sociedad Paliativa, sociedad en la que predomina una analgesia de la existencia, puesto que nadie quiere hacerse con el dolor de existir, el constructo contemporáneo exige rendimiento a pesar del cansancio físico, anímico, subjetivo que pudiera existir. Lo que busca la sociedad paliativa es reforzar los aspectos positivos de la vida, época auge de la psicología positiva o de la felicidad, concentrada en el aquí y ahora, más que en lo que no se pudo hacer. Como todo dispositivo de aprehensión tiene una promesa, la sociedad paliativa no queda atrás; prometiendo la búsqueda de un bienestar permanente, y anulando cualquier atisbo de negatividad discursiva. Pero también, como todo cuidado paliativo, esta es parcial, mitigando, suavizando, o atenuando un dolor que es intrínseco a la realidad psíquica.

Lo anterior cosifica la felicidad como búsqueda de pluralidad, estado de confort donde es mejor transitar ante el terreno sinuoso, pedregoso y frustrante de la dolorosa singularidad; el costo es grande, puesto que es el doloroso vacío al que nos enfrentamos constantemente el que genera sentido a nuestra existencia, o dicho de otro modo; al quitarle narratividad al dolor, amordazamos su lenguaje, perdiendo posibilidad de enganche simbólico; por tanto, el dolor, como parte de la vida, se queda sin posibilidad de registro manifiesto. Sin embargo, estamos muy conscientes, que tal como dijera Galeano; “Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare, si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por lo poros, o por donde sea”[5]

Lo antes descrito se puede apreciar no sólo por los aconteceres epocales, por las luces y sombras que  se avizoran en vinculación o desvinculación con el Otro, sino ante todo, por los efectos que dichos trazos producen en los pacientes que llegan a la consulta; y es que si los pacientes se subjetivan en base a las perdidas, dolores y duelos que deben afrontar a lo largo de sus vidas, lo que le genera distintos tipos de síntomas, pero a su vez le permite transitar, desear y darle sentido a la existencia[6]; lo que vemos en la actualidad son más bien pacientes en un estado de sonambulismo tal que deambulan por las calles, sin apenas comprender el mundo, y con enormes dificultades para desplegar su vida y sus conflictos.

Los pacientes de antaño sabían muy bien lo que era adentro y afuera, estaban marcados por la lógica del amo que determinaba lo que se podía y no se podía hacer, la rebelión no era sin consecuencias, incluso catastróficas frente a los que se enfrentaban a la maquinaria castradora imperante, en todo caso, ya sea por lucha o sometimiento, los efectos se producían y movilizaban a cada sujeto. Sabemos que la castración angustia, genera impotencia y atemoriza; pero también estamos claros que permite movilizar el deseo, ilusionarse con otro camino posible, darle sentido y significación al vacío; tal vez por eso cobró tanto valor la promesa de campaña frente a la dictadura militar, entrando la década de los 90 en Chile; los más adultos todavía recordarán ese canto de sirenas que reproducía e ilusionaba con la siguiente frase “Chile, la alegría ya viene” repetida ininterrumpidamente con aplausos al unísono de fondo, marcando y remarcando la ilusoria tonada; y es que pocas cosas son tan movilizantes como la ilusión de otro camino posible.

Casi treinta años después muchos pensaron que la revolución pingüina[7] era la desilusión frente a una alegría que nunca llegó, la caída de una promesa sin objeto hecha carne en los jóvenes y adolescentes; sin embargo, esta seguía la misma lógica ilusoria movilizante que busca mostrar otros caminos posibles; cambiando tabiques y entonando esta vez canciones del orden “Chile despertó”; pues bien, el año 2023 nos demuestra que Chile no despertó, o en su defecto, el sonambulismo imperante es tan profundo que impide despertar del letargo asfixiante de la sociedad paliativa.

              ¿Qué hacer frente a los efectos epocales de la sociedad, presentes en la clínica actual? La posición ética del psicoanálisis no debe retroceder, urge despertar de este sonambulismo a quienes consultan en la actualidad; ¿Cómo? Devolviendo activamente la apatía, desgano, narcisismo y aplanamiento con el que se presentan en la consulta, movilizando otro camino posible, desinflando el narcisismo en el que están inmersos, devolviendo la lógica integradora de la cadena significante no todo es posible; quizás lo más adecuado sería indicar que la cura pasa por distintos senderos y modalidades de subjetividad, conservando eso si la instancia de hacer tronar los dedos frente al proceso hipnótico que atraviesan los pacientes actuales.

Más que una palabra que pudiera interpretar aquello que le está aconteciendo al paciente, lo que se necesita es crear un vinculo que sostenga y fortalezca el aparato psíquico, donde el afuera ya no esté tan teñido de cualidades persecutorias amenazantes y el adentro ya no esté tan agotado y precario.

Debemos despertarlos, movilizarlos, enfrentarlos al dolor de la perdida, a lo frustrante del no todo es posible, desconectarlos del mundo virtual, por ejemplo, no estando en la consulta por whatsapp[8], pero no abdicando.

En tiempos de abdicación, donde los proyectos son pequeños, limitados y desvinculados, donde pareciera que todo es condicional, el llamado del psicoanálisis es a no abdicar; los padres abdican, los profesores abdican, los gobiernos abdican, el analista no debe abdicar. Y si, probablemente debamos ceder algo de terreno a la “necesidad” de adaptación que los tiempos exigen en los sujetos, después de todo, los tiempos no son nuestros, sino del sujeto; pero lo anterior no nos debe hacer abdicar a la seguridad que la división subjetiva se torna imperante y es nuestro deber tomar posición frente a ello.

Por último, es necesario mencionar que la herencia psicoanalítica no es el cumulo de constructos teóricos acumulados a lo largo de los años, puesto que estos van mutando, construyéndose o como dijera Ricardo Rodulfo, a propósito de la lógica edípica, deconstruyéndose en la medida que lo sociopolítico va mutando; involutivo sería la sola idea de construcciones fijas que no tienen posibilidad de desarrollo conforme nos movemos en los campos del aprendizaje psicosocial.

Sin embargo, lo que si es una verdadera herencia del psicoanálisis son las formas en las que el sujeto se presenta frente a la castración, la formación de síntomas al momento de incorporarse al campo del Otro, que, aunque se diga no existe, se sigue esperando, como un niño espera a su padre en la visita dominical[9]. Después de todo la inhibición, el síntoma y la angustia siguen presentes en el escenario posmoderno.

Repito, los sujetos se vuelven neuróticos por negar la castración, y esto acontece en todas las épocas; la diferencia estará en las respuestas subjetivas que cada uno dará, y esto estará marcado por el momento sociohistórico particular del que estemos hablando.

El sonambulismo no deja de ocurrir mientras se duerme, por tanto, no solo tiene un motivo manifiesto y otro latente, sino que también se aferra a la ilusión de otro camino posible.

Bibliografía

  • Bauman Zygmunt, Vida Liquida, Madrid, Paidós Ibérica, 2006
  • Deleuze Guilles, Derrames entre el Capitalismo y la Esquizofrenia, Buenos Aires, Editorial

Cactus, 2010

  • Foucault Michel, Saber y Verdad, Madrid, Ediciones La Piqueta, 1991.
  • Freud Sigmund, El Porvenir de una Ilusión, El Malestar en la Cultura y Otras Obras, Obras Completas, Tomo XXI, Buenos Aires, Amorrortu, 2012.
  • Glocer Leticia (comp), El Cuerpo: Lenguajes y Silencios, Buenos Aires, Lugar Editorial, 2008
  • Guattari Felix (1992), Caosmosis, Buenos Aires, Ediciones Manantial, 1996.
  • Han Byung – Chul, La Sociedad Paliativa, Barcelona, Herder Editorial, 2021
  • Lacan Jacques, El Reverso del Psicoanálisis, Seminario 17, Buenos Aires, Editorial Paidós, 2006
  • Lacan Jacques, Función y campo de la palabra y el lenguaje, Escritos 1, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 1988
  • Lyotard Jean – Francois (1987), La Condición Posmoderna. Informe Sobre el Saber, Buenos Aires, Editorial R.E.I. Argentina S.A., 1991
  • Lipovetsky Gilles (1986), La Era del Vacío, Barcelona, Editorial Anagrama, 2002
  • Revista Psicoanálisis y el Hospital, ¿Patologías de Época?, N° 24, Buenos Aires, 2003
  • Roudinesco Elizabeth (2003), La Familia en Desorden, Buenos Aires, Fondo de la Cultura Económica, 2013
  • Saidón Osvaldo, Clínica y Sociedad: Esquizoanálisis, Buenos Aires, editorial Lumen, 2002.

[1] Lacan J, Función y campo de la palabra y el lenguaje, Escritos 1, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 1988, p. 309.

[2] “La subjetividad no es aquello por lo cual trascendemos, sino que, justamente, es lo que actualizamos permanentemente. Tanto que, en lugar de subjetividad, deberíamos hablar de subjetivación. Subjetivación en el sentido de que es un agenciamiento en acto. Si hay, por ejemplo, una subjetividad propia de la niñez, es porque los agenciamientos de la práctica pediátrica y educativa provocan la situación propia de la niñez. No hay una categoría, una esencia, de la niñez”. (Saidon, O., 2002: 44)

[3]Lo que trato de situar bajo ese nombre es, en primer lugar, un conjunto decididamente heterogéneo, que comprende discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas; en resumen: los elementos del dispositivo pertenecen tanto a lo dicho como a lo no dicho. El dispositivo es la red que puede establecerse entre estos elementos”. Foucault Michel, Saber y Verdad, Madrid, Ediciones de la Piqueta, 1991, p. 128.

[4] Respecto a la Producción de Subjetividad, tomaré las ideas de Guattari, quien nos dirá que ésta no se fabrica a través de los estadíos del psicoanálisis, o al menos no sólo por ellos, tampoco por los “matemas” del inconsciente, sino que principalmente por las grandes maquinarias sociales,  máquinas massmediáticas, y máquinas lingüísticas, las cuales no pueden calificarse de humanas.

[5] Galeano E, El libro de los abrazos, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 2015

[6] Recordemos la máxima psicológica en cuestión… no se desea lo que se tiene, si no lo que no se tiene; sé que algunos intrépidos lectores buscarán romantizar el deseo esgrimiendo, por ejemplo, que ellos desean a la persona que tienen al lado, lo cual me hará extremar aún más la máxima psicológica… no se desea lo que esa persona entrega, si no lo que no entrega.

[7] Movimiento estudiantil iniciado el 2006, pero que tuvo gran preponderancia en el estallido social chileno del 2019, y cuyo eje se centró en el malestar imperante frente a las condiciones educacionales y sociales imperantes en el país durante la ultima década. 

[8] Aún recuerdo una paciente asidua a proyectar las sesiones con demandas por whatsapp, luego de acceder en algunas ocasiones a su petitorio, creí importante marcar la ausencia, no respondiendo a sus mensajes; al cabo de un par de semanas, la paciente menciona en sesión, que mi ausencia por whatsapp la sumergió en una angustia que la hizo llorar… “tengo derecho a llorar, no puedo andar todo el tiempo riéndome como si la vida fuera pura felicidad, tengo derecho a llorar” se volvió a repetir, y pudimos entrar en esa falta angustiante que inmortalizó con su derecho a llorar.

[9] Una paciente adolescente esperaba a su padre que llegaría a buscarla en la consulta, sus padres estaban separados hace ya un par de años, y la paciente, manifestando su desilusión me decía contantemente que su padre no llegaría, que ella lo sabía, llegará mi madre, diciendo que mi padre tuvo un inconveniente, se atrasó en su trabajo, o cualquier otra cosa, me decía; ya ni siquiera me importa que venga. Le devuelvo que, si no le importaba, entonces por qué mira constantemente por la ventana mientras vocifera todo ello, respondiéndome, tal vez todavía espero que me sorprenda.

Tu cuerpo: Una liberación al solo precio del mío.

“El yo deriva en última instancia de sensaciones corporales, principalmente las que parten de la superficie del cuerpo. Cabe considerarlo, entonces, como la proyección psíquica de la superficie del cuerpo, además de representar, como se ha visto antes, la superficie del aparato psíquico”.

S. Freud[1]

Un breve recorrido sobre el cuerpo

Hablar sobre el cuerpo, desde una perspectiva psicoanalítica, será siempre transitar por el terreno sinuoso de las fronteras, aquellas que los saberes se han encargado de delimitar y estudiar tan detalladamente cuanto más aparcadas se encuentren unas de otras.

Freud hace ya mucho descubrió, en los primeros casos de histeria, que sus pacientes tenían padecimientos sobre el cuerpo que no seguían la lógica del mismo, en tanto anatómico, realizando una división entre el cuerpo biológico y cuerpo psíquico.


Hoy sabemos que las trincheras donde se aparcan los saberes sobre el objeto cuerpo solo ayudan a fragmentar el conocimiento, por lo que mi intención en este escrito será insertarme entre las trincheras como única certeza de un aprendizaje y desarrollo profundo al respecto. El cuerpo es biológico, claro está, pero también es representación, esa que se configura desde el momento en que dos sujetos se enteran de la concepción, inaugurando un acto performativo que  junto con convertirlos en padres, dan vida y producen un cuerpo que acaso se logra ver en una ecografía.

Todo lo anterior se desarrolla además en particulares contextos históricos y socioculturales, lo cual complejiza mucho más la idea preconcebida de cuerpo; aquello es muy interesante, pues deja entredicho que uno no posee un cuerpo único y definido desde el nacimiento, muy por el contrario, este se hace y desarrollará a lo largo de la vida.

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El Homosexual no es un Heterosexual… ¿o sí?

El recorrido Homosexual en el transito socio – histórico

Inscribir la noción de homosexualidad en el cuerpo psicosocial e histórico de la época ha sido un tránsito que acaso continua dando los primeros pasos en muchas de sus líneas y figuras de expresión. El caminar se ha transformado en un continuo aprendizaje, el que ha logrado problematizar, no sin trastabillar, las configuraciones socioculturales de sexualidad, género, pareja, familia y adopción, por nombrar algunas.

Estas inscripciones, como cualquier otras, van marcando el entramado social, provocando ramificaciones, cortes, uniones, acoplamientos, segregaciones y escisiones las cuales transforman de alguna u otra manera el cuerpo psicosocial.

Indiscutiblemente, si queremos adentrarnos en la historia de la homosexualidad, y particularmente si queremos referirnos a las mutaciones que se fueron suscitando, debemos tener en cuenta el atravesamiento judío – cristiano que marcó gran parte de nuestro desarrollo occidental. Específicamente para el tema en cuestión emerge la pecaminosa imagen sodomítica de las sagradas escrituras, la cual tiene su arribo asilar en los constructos normativos – legales del Estado[1] y su consecuente imagen delictiva, transgresora y por consiguiente represora.

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Sujeto del vacío… clínica donde (nada) falta

Amelia Haydee Imbriano en su texto titulado “El mundo inmundo de desechos”[1] nos interpela a pensar que cultura e inconsciente tienen una relación moebiana; por tanto no debemos ser ingenuos respecto de la influencia de los cambios culturales sobre los sujetos.

Dicha afirmación no deja de ser novedosa y actual a las producciones clínicas contemporáneas; aquellas donde muchos analistas en su afán por develar los asombrosos misterios del inconsciente, olvidan que este no solo está estructurado como lenguaje, sino que también es el discurso del Otro; cadenas de gran significación, si de relación moebiana se trata.

Sigmund Freud, muy atento a los aconteceres y relaciones del individuo y la sociedad, escribe en 1930 lo que para algunos será una de sus obras esenciales; me refiero a El Malestar en la Cultura. En aquel escrito el autor nos dirá que la función de la cultura será remediar el sufrimiento humano; sin embargo, los dispositivos que creará para tales efectos son tan represores y limitantes de placer, que prontamente es vista la misma cultura como una nueva causa de sufrimiento.

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